lunes, 8 de junio de 2009

Sísifo y el león


Cuenta la mitología griega que Sísifo fue capaz de engañar a Tánatos, dios de la muerte plácida, cuando éste fue a recogerle porque había llegado su hora. Sísifo, que era avaro y mentiroso, tenía como mayor deseo no morir nunca, algo que quería conseguir a cualquier precio. Por ello se reveló ante Tánatos y logró poner a éste último grilletes, dejándolo inmóvil, consiguiendo así no solo permanecer vivo él, sino que provocó también que nadie muriera, porque el dios de la muerte había quedado inutilizado. Pero ése era un orden ilógico del caminar y por eso Ares, que era el dios olímpico de la guerra y la personificación de la fuerza bruta y la violencia, liberó a Tánatos y puso bajo su custodia al rebelde Sísifo.

Pero Sísifo todavía no había agotado sus recursos. Una vez que se vio entregado a Tánatos, es decir, una vez que vio que iba para allá, le pidió a su esposa que no realizara en ningún caso el sacrificio habitual que se hacía tras la muerte de un ser querido. Ella hizo caso a su esposo. Y Sísifo, una vez que estaba en el infierno, se quejó a Hades, dios de los muertos, de que su esposa no estaba cumpliendo con su obligación de realizar el correspondiente sacrificio.

El dios de los muertos, Hades, le permitió volver momentáneamente a su tierra, Corinto, con el único objetivo de persuadir a su esposa para que ésta cumpliera con su obligación de realizar el sacrificio.

Lógicamente no volvió al inframundo hasta que Hermes lo devolvió a la fuerza.

Una vez allí fue castigado severamente por Hades. En concreto fue castigado a subir una enorme ladera empinada, cuesta arriba, empujando una enorme piedra. Pero lo peor de todo era que al llegar al cima la piedra caía hacia abajo y Sísifo tenía que descender y comenzar de nuevo a empujar.

Ése fue su castigo. No moriría pero vagaría eternamente montaña arriba y abajo.

Pero algo que no aclara tampoco la mitología griega es por qué al llegar arriba la piedra enorme volvía a caer, una y otra vez. Existen rumores, pero solo son eso, rumores.

Dicen esos rumores que en la cima de la montaña, había un león enorme, un león que de un rugido hacía del esfuerzo de Sísifo una inutilidad. Y Sísifo volvía a subir una y otra vez, subestimando al león, con arrogancia, con la arrogancia que gastaba en sus momentos de esplendor. Sin embargo, allí, en el inframundo, su arrogancia no hacía más que enfurecer cada vez más al león.

Fuente: Paco Galadi

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